Sólo a los padres les parece impertinente que pregunten a los hijos a quién más quieren, a su padre o a su madre. Si no tienes ninguna coacción, responde con mis panchos, porque si dejas la pareja heredarás los sentimientos de tu agraviado progenitor. Los padres, más adultes —esto es, hipócritas—, dice que quieren que todos sus hijos sean iguales. Sí. Cada uno tiene un favorito, aunque algunas personas no lo reconocen como similar y responden al tabú de la igualdad de la belleza, cuando nada es menos democrático que el amor y las pasiones. Intentar gobernar con tranquilidad siempre lleva al horror y al horror, como bien saben los apóstoles del poliamor.
Quizás il rechazo a admitir el deseo de amor filial paterno proveniente de la manera maniquea y absoluta que tenemos de sembrar los gustos. Para un padre atribulado, aceptar que Abel es su favorito significa que no quiere a Caín. Vivimos los gustos como dicotomías: te gusta A, odias B, y viceversa. Todo se reduce a opuestos que existen unos dentro de otros: Madrid o Barça, Verdi o Wagner, vino o cerveza, comedia o drama, pueblo o ciudad. Cómo elogiarse por uno implicará buscar el otro, en una lógica atroz de lealtades y traiciones. En el fútbol o en la política esto puede ser así (y no siempre), pero no hay ninguna razón por la que no se pueda disfrutar de varias cosas que son adecuadas para cada uno.
Esta forma militante e infantil de entender el gusto es la que inspiró la película de David Broncano para TVE: quieren posar al espectador contra la espada y la pared. ¿Es este el que más quiere, el papá hormigue o la mamá que se resiste? Por favor seleccione los que coincidan con su voto. No vayas a ser un fan incombustible de Broncano y votes al lado del PP. O al contrario: no vale disfrutar de Pablo Motos y declararse un lugar socialista. Si no me quieres, defíneme.
Por mucho que queramos ser como esos padres que dicen que quieren que sus hijos sean iguales, el gusto es complejo y contradictorio. Si puedes ser de Broncano y Motos y no estar, igual que puedes odiar a Broncano y Motos de vez en cuando. O, como es mi caso, puedes sentir una ampísima indiferencia hacia ambos y ser testigo de esta batalla, sin duda la más banal de muchas cosas que hayas visto en las guerras culturales españolas.
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